Es indudable la separación que existe entre las culturas de Occidente y Oriente. Esta brecha está llena de elementos geográficos, históricos, culturales, idiomáticos, entre otros, que atraviesa la línea del tiempo.
Nuestra apreciación del mundo desde la perspectiva educativa que recibimos, nos coloca en una posición tal, que fácilmente vemos a China desdibujada de su contexto real.
El problema de los derechos humanos es mundial. Cada día organizaciones internacionales denuncian el retroceso que vivimos en esta materia a lo largo y ancho de nuestro planeta. Sin embargo intereses políticos, económicos y religiosos intentan convencernos de que sólo una parcialidad del mundo viola los derechos humanos, mientras que otros pretenden convertirse en gendarmes universales.
Falsamente Occidente se erige como modelo de democracia y civilidad, respetuoso de los derechos humanos, pero situaciones como las de Guantánamo y Abu Ghraib, por nombrar sólo dos, son suficientes ejemplos de la realidad que se trata de disimular.
China entonces, está siendo calificada de manera injusta. Se trata de aplicar un doble discurso, una doble moral. Se requiere dar lo que le pedimos a otros.
Es indiscutible que la lucha por los derechos humanos corresponde a cada uno de los habitantes del planeta, sin tomar en consideración el continente, el país en el cual resida, pero esta lucha debe ser consciente e independiente a intereses oscuros que empañen la comprensión de la realidad en esta materia.
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