Son muchos los placeres que nos ofrece la vida y uno de ellos es el estudio.
Efectivamente estudiar es un placer, que ejercita el entendimiento, cultiva el intelecto y produce disfrute espiritual. Pierden importancia aquellos razonamientos de para qué y por qué hacerlo. La motivación parte de lo interno del ser y responde a necesidades ajenas al reconocimiento social.
Sin embargo, estudiar implica el desarrollo de habilidades y la aplicación de técnicas. Requiere dedicación. No se trata de la acumulación inconexa de información. Por el contrario, es el intento sistemático de comprender, de entender, de convertirnos en una persona crítica de la realidad, con conocimiento objetivo del pasado, formada para la verdad, la igualdad, la solidaridad y la libertad individual.
Hacernos un mejor ser humano, siempre será la recompensa que obtengamos, ya que al abrirse la posibilidad de una mayor y mejor comprensión del mundo en el cual vivimos, seremos aptos para interpretar el presente desde todos los ángulos, pero en especial, desde el ángulo de aquellos que no han sido iguales y no han tenido libertad. Abrirnos a la posibilidad de visualizar el futuro en la esperanza que podemos moldearlo para que impere la justicia y la paz internacional.
Convertirnos en observadores refleximos de la realidad y protagonistas, cuando las condiciones lo requieren, será otra de las recompensas que obtenemos mediante el estudio intencional, organizado y sistemático basado en la toma de conciencia de la propia formación y de las posibilidades que se tienen.